martes, 28 de abril de 2009

La virgen que mordió a Stoker


Drácula (1897), de Bram Stoker se ha convertido en un libro de culto para varias generaciones. Aunque no fue la primera ni la única obra en tratar el tema del vampirismo, Drácula se convirtió en un clásico del género gótico porque supo alternar el terror y el romance, de una forma que removió los cimientos de su cultura sin escandalizar a la sociedad victoriana de su época.
Aunque cada personaje de la novela epistolar representa un arquetipo de su momento histórico, vale la pena detenerse, no en la pareja romántica de Jonathan Harker y Mina Murray ni en el propio conde Drácula, sino en un personaje más bien secundario: Lucy Westenra, prima de Mina y primer caso de vampirismo en el texto.
En una de las últimas entradas del “Diario del doctor Seward”, se narra el encuentro con Lucy en su mausoleo, hecha “no-muerta”, en los siguientes términos:
“No veíamos la cara ya que estaba inclinada sobre un niño rubio. Hizo una pausa y se oyó un grito, breve y agudo, como el de un niño dormido, o como el de un perro que sueña frente al fuego. (…) A la luz concentrada que cayó sobre el rostro de Lucy vimos sus labios carmesíes por la sangre fresca, y el reguero que discurría por su barbilla y que había manchado la pureza del sudario”.
No sólo es este el primero sino el único acto de vampirismo descrito en la novela –énfasis en “descrito”—, pues las demás conversiones, la de Mina y Jonathan, resultaron frustradas. Incluso, esta imagen permitió posteriores cultores del género saber cómo muerden los vampiros.
Aquí, sin embargo, destaca la figura de la vampiresa como la anti-madre, o la madre fatal; el mismo arquetipo de la Madre Terrible que describe a heroínas como Lady Macbeth.
Los personajes femeninos de Drácula, Lucy y Mina, funcionan como opuestos. Se parecen mucho, pues representan virtud e inocencia, cualidades ambas apreciadas en la sociedad inglesa de la época; pero donde Mina representa la mujer moderna de “con el cerebro de un hombre y el corazón de una mujer” –según dice el texto—, Lucy es distinta en un aspecto crucial: es una mujer sexualizada.
Por eso es asediada por tres pretendientes y es víctima de los apetitos de Drácula. La doncella Westenra compromete el autocontrol de su pares masculinos.
Hecha vampiresa esta connotación es más evidente: la bella y sexualizada Lucy, contraparte oscura de la sabia y compasiva Mina, no puede convertirse en madre, por que devoraría a sus hijos, como se describe en el pasaje citado, donde muerde a un niño rubio. Destruir a Lucy, como ocurre en el libro, equivale al restablecimiento del orden patriarcal, tan apreciado en la época victoriana. Por eso, Drácula, un texto de fuertes alusiones eróticas, se mantiene hasta hoy como una pieza más del status quo victoriano.

Imagen: http://www.spencersonline.com/images/spencers/products/processed/00903831.detail.a.jpg

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