jueves, 9 de abril de 2009

La niña que sedujo a Nabokov


La novela Lolita (1955) estremeció Estados Unidos con el asco y la ovación, cuando Vladmir Nabokov por fin consiguió una editorial en New York que se la publicara, tres años después de que apareciera en Francia. De hecho, su retrato de la tenue línea que separa el comportamiento sexual “normal” del “aberrado” tocó algún nervio de la hipócrita sociedad norteamericana de mediados del siglo XX, lo que contribuyó a convertir a la obra en un clásico y consagró a su creador.
Dolores Haze, la obsesión del narrador de Lolita, Humbert Humbert, se ha convertido en nada menos que la denominación de un síndrome. El “síndrome Lolita” un arquetipo—por cierto, bastante cercano al de la femme fatale— de la adolescente sugerente, la niña causante de la seducción de un hombre y, por lo tanto, responsable de convertirse en la víctima de un pederasta.
Sin embargo, la descripción de Dolores que hace el narrador en la primera parte del libro, desafía su lectura tradicional como la ninfa adolescente:
“Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita. (…) En verdad, Lolita no pudo existir para mí si un verano no hubiese amado a otra (…) Tantos años antes de que naciera Lolita como tenía yo ese verano”, escribe Nabokov.
La precursora de la ninfa Lolita es Annabel Leigh, un personaje tomado de Annabel Lee, una obsesión adolescente de Edgar Allan Poe, uno de los autores favoritos de Nabokov y famoso por adorar a mujeres virginales. Leigh era la joven con la que Humbert iba a perder la virginidad a los 13 años, cuando la fatalidad los separó. Haze es, para él, la reencarnación de Leigh y por eso la adolescente viva estaba destinada a seducir a Humbert, antes siquiera de convivir con él como su hijastra.
Nabokov construye a Lolita como una ninfa adolescente para hacer más creíble la obsesión de Humbert. Además, como la narración corresponde al pederasta, es lógico que él decodificara el despertar sexual de Dolores como seducción expresa, ya que él, de forma consciente o inconsciente, buscaba terminar con ella el asunto que había quedado incompleto con Leigh.
El “síndrome Lolita” es entonces una infeliz interpretación de una niña vista en los ojos de un hombre obsesionado con su pasado, que vivía en la pacata sociedad Occidental antes de ser atacada por la minifalda y por Mayo del 68. Si Lolita hubiera caminado las calles de la postmodernidad, no fuera un “síndrome” sino la norma.

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