lunes, 23 de marzo de 2009

La mujer que construyó a Flaubert


Quizás la figuración más importante de Madame Bovary, la heroína de la novela homónima que Gustave Flaubert publicara en 1856 se refiere al primero y a los últimos capítulos del libro, donde ella no aparece y el autor se ocupa de narrar la vida de su esposo, Charles, antes y después de ella.
Las primeras páginas describen los orígenes del hombre que se casará con Emma y la obra se cierra cuando él muere de pena, luego de esta suicidarse. Esto es una reincidencia sobre el ambiente que ha escogido Flaubert: el de las costumbres provincianas del siglo XIX, cuando la mujer era dominada por su esposo. Claro que el retrato de Charles no coincide con el estereotipo del esposo impositivo, y se acerca más bien a Werther, el héroe romántico por antonomasia de la cultura germana creado por J. V. Goethe en 1774. Este punto sólo resalta la alusión a la femme fatale que es Emma, incapaz de enamorarse de un hombre que tanto la ama.
La presentación y el cierre de la novela, sin embargo, evidencian algo más inquietante: el problema de la identidad como una construcción social. Por eso no es casual que Flaubert declarara en su época: Madame Bovary c’est moi!, porque ella no sólo es una fantasía de su escritor sino un personaje hecho para mostrar su momento histórico. Como constructo de ficción y como personaje femenino, Emma lucha por definirse –“encontrarse”, como asegura la narración— en relación con sus lecturas de novelas románticas y el entorno de su mundo banal. Madame Bovary no existe más que como una categoría vacía que otros (su esposo, su amante, su autor y los mismos lectores) construyen.
La literatura ofrece un territorio fértil para el retrato de cómo se forman las identidades individuales. En el caso de Madame Bovary, una figura andrógina por cuanto ocupa un rol de mujer, pero no se comporta como tal –rechaza a su hija, toma un amante y se endeuda para pagar su vida de excesos—, es un ejemplo más bien de la falta de identidad. Emma es el símbolo de la ansiedad que genera no existir, porque ella encarna en la ficción un tema que fundamenta el pensamiento de Jacques Derrida: lo indeciso, o ilegible.
En un mundo racional, de categorías marcadas y donde cada quién tiene su puesto, Emma Bovary es un zombie, que se debate entre lo femenino y lo masculino (como el monstruo lo hace entre la vida y la muerte) sin conseguir su lugar en la sociedad. Por eso encarna la angustia de la indefinición y su final trágico sólo puede ser el suicidio, la muerte, donde ya no importan las categorías ni la identidad.

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