jueves, 19 de marzo de 2009

La voz que torturó a Fitzgerald


El escritor Scott Fitzgerald inmortalizó en El Gran Gatsby (1920) la esencia de los llamados “locos años veinte”, cuando Estados Unidos comenzó s desarrollarse como superpotencia. La universalidad de sus personajes radica que examinan la eterna obsesión del ser humano con el dinero, el poder y la esperanza.
En la novela, Gay Gatsby es un nuevo rico que pasó la vida enamorado de la exquisita Daisy Buckanan, quien en su juventud lo despreció por su pobreza. Esta pareja evoca la relación tormentosa que el autor tenía con Zelda, su esposa, y la vida de suntuosas fiestas que los inmortalizó como celebridades del Jazz age.
Es interesante que Fitzgerald se detenga a describir la voz de Daisy como “lleno de monedas”. Su timbre puede leerse como el canto subyugante de una sirena, una imagen poco común de la femme fatale, desde que Disney creó a la simpática Ariel. Pero antes de entrar al imaginario infantil, la sirena era prima cercana de la arpía y no necesariamente tenía la mitad del cuerpo pescado. Era una mujer temida por los griegos antiguos, porque el poder de su canto enloquecía a los hombres y terminaba por chuparles la esencia vital. Si la marca de la voz de Daisy es el tintineo de las monedas, la imagen es clara: la avaricia consume la existencia del hombre.
Daisy es la primera representación de la anti-virgen de la literatura norteamericana –pues según los críticos de ese país hasta entonces todas las heroínas representaban los valores femeninos de la moral protestante—, cuya voz, atrae como la de una sirena, pero su canto es el de la riqueza.
Gatsby está atrapado por sus sueños adolescentes de dinero y poder y por la creencia de que estos le ayudarían a conseguir el amor de Daisy. Él representa el mito del sueño americano, según el cual el sistema permite a cualquiera progresar y hacer dinero.
Cuando Daisy, confrontada por su esposo Tom, rechaza a Gatsby, el sueño americano se vuelve un desvarío. Daisy no se resiste a él por falta de dinero ni de atributos físicos, mucho menos por serle fiel a Tom, sino porque ella nunca quiso tener nada serio con él. He allí la esencia de la femme fatale, de la mujer peligrosa, de la sirena: tomar las debilidades del hombre y usarlas en su contra para matarlo.
La crítica feminista norteamericana, obsesionada siempre con las imágenes de la opresión femenina, lee a Daisy como el epítome de la incómoda flapper, la mujer liberada del Jazz age, que amenazaba a la sociedad patriarcal porque representaba la esperanza del progreso (dinero y poder) y a la vez su vacío de significado.

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